lunes, diciembre 08, 2008

El ascenso y caída de José Manuel Urtain

el ascenso y la caída de
José Manuel URTAIN



En los momentos de mayor intensidad, el boxeo parece contener una imagen de
la vida tan completa y poderosa (belleza, vulnerabilidad, desesperación, bravura incalculable y autodestructiva) que el boxeo se convierte en la vida en sí, mucho más que un juego. Es el diálogo del cuerpo con su yo‐sombra: es decir, con la muerte.
Joyce Carol Oates, Sobre el boxeo

El mito:
Jose Manuel Ibar Azpiazu, "el morrosco de Zestoa", nació en el caserío Urtain, en Ibañarrieta Zestoa (Cestona) -Guipozcoa- País Vasco, un 14 de mayo de 1943. Su padre era, claro que si, levantador de piedras y encontró la muerte debajo de la barra de un bar, un día que intentaba cumplir con uno de los tantos desafíos de resistencia física que le habían apostado, el de soportar el peso de quince personas sobre si. José era su hijo y sentía ese destino en las venas. El también se hizo levantador de piedras, y adoptó el apodo Urtain de su aldea porque ese era su sello de identidad, y no había nadie más bruto ni más bestia en los alrededores de Ibañarrieta Zestoa, ni que más destacara en los "deportes" rurales vascos.
Si le daban un hacha, ahí tenían a un aizcolari que parecía una máquina talando troncos, si había una piedra de 200 kg, allí iba Urtain a ver si la podía alzar con una mano, o si se organizaba un arrastre de piedras con bueyes, Urtain era el primero que se ponía a arrearlos con ese vozarrón que Dios le había dado.(blog)
A los 24 años, cuando ya no le quedaban hazañas asombrosas con las que deslumbrar a sus paisanos y José Ibar había honrado la memoria de su padre realizando el sueño de convertirse en orgullo de su pueblo, un empresario de San Sebastián lo convenció de salir de la campiña y dedicarse al pugilismo profesional.

Y a ese enorme joven, hecho a fuerza de piedras, humilde, bonachón y pueblerino que apenas hablaba castellano, lo aguardaba una nación desposeída y ávida de triunfos como de héroes deportivos; y también un viejo régimen que tenía a la vista su propia cancelación histórica en la resquebrajada vitalidad del soberano, con una cultura rígida de toros y de cojones, con su mundo y su vida detenidos en el pasado de una guerra lejana y con una prosperidad postergada, que estaba a punto de parir cambios mayores. Todo ese momento histórico del país necesitaba del marco de gloria y soñaba con los fuertes brazos de Urtain bien en alto.

Urtain fue acogido con júbilo y vertiginosa idolatría. Y les fue arrancando a los españoles -con 27 nocauts consecutivos- un amor ferviente por su estampa brusca y cavernaria. Su imagen de torpe y sana robustez se volvió algo necesario y creció desde las hondas entrañas de la nacionalidad arrastrándose contra corriente del desasosiego político de ese tiempo. Esa visión de hombre ibérico empeñoso y taurino en la competiciones atléticas, creció hasta forjar las líneas fundacionales del nuevo ser deportista español. Urtain fue España y en tal carácter fue también inevitable que su imagen resultara utilizada abusivamente o exaltada con exageración y que terminara finalmente asociada a la suerte del régimen gobernante.

Al llegar a su nocaut número 28 (de un total de 30 consecutivos, contados desde el comienzo de su carrera profesional), se convirtió en Campeón Europeo de Peso Completo de la EBU (European Boxing Union Ltd.) derrotando al alemán Peter Weiland (ko7) en el Estadio de la Comunidad de Madrid. La ola de furor y de encumbramiento hacia su persona fue inmensa. Nunca antes un boxeador español había trascendido de tal manera las fronteras de la competición de entrecasa. Y el idilio continuó arrastrando al convencimiento incluso de muchos que antes habían alertado sobre la relatividad y escasa seriedad de los contrincantes con que se había querido "inflar" su carrera boxística. Enseguida vinieron otros tres nocauts consecutivos sobre los extranjeros Charlie Harris (ko3), Karl Brunnholz (kot1) y Juergen Blin (du).

El primer traspié llegó a continuación y en su propia tierra de San Sebastián. Como una advertencia. Perdió el invicto con el italiano
Alfredo Vogrig por descalificación, a causa de un golpe bajo, pero por suerte no había puesto en juego la corona europea. Tomó otros tres triunfos fulminantes ante Arno Prick (ko2), Tony Brown (ko1) y Stanford Harris (ko2).


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Después fue él quien cayó por primera noqueado por el veterano británico "sir"Henry Cooper (ko9), perdiendo su faja de monarca europeo y entonces si concluyó su luna de miel con la afición ibérica.

Aun así, retomó la senda de las victorias contundentes en España con otros 4 triunfos antes del límite, tuvo por primera vez un empate, ante
Mariano Echevarria en País Vasco, y cayó noqueado por segunda ocasión en menos de un año a manos del argentino Gregorio "Goyo" Peralta (kot8). Allí comenzó a entreverse la sensación de que Urtaín exhibía un dominio abusivo frente a los boxeadores mediocres, pero que no podía arriesgarse mucho más allá de sus contendientes europeos, porque perdía.

Esta idea se consolidó con su pobre campaña del año 1972, en el que solo obtuvo una victoria por puntos, un empate, un triunfo por descalificación, dos derrotas por puntos y ningún nocaut. Luego permaneció inactivo hasta finales del año 1973 y daba la impresión de haber perdido algo de ese fuego sagrado que le animó en sus tempranas conquistas. El año 1974 le permitió volver a noquear aunque solo una vez, a un peleador de nombre Richard Dunn (ko4). Sumó solo 3 peleas ganadas (dos por puntos) y padeció dos duras derrotas ante Rocky Campbell (abandono 6) y ante Santiago Lovell (ko3). Para 1975 y tras la muerte del General Francisco Franco, con una España en tiempos de transcición, se produjo el último acto de una fuerte pasión idílica con su pueblo.

El día de Reyes de 1975 recobró el título de campeón europeo, de manos de quien había sido su primer vencedor, el italiano Alfredo Vogrig. Lo hizo de manera fulminante con un ko2 y en una pelea realizad en la ciudad de Bilbao. En 1975 y 1976 desfiló ganando y perdiendo con enorme vergüenza deportiva por distintos escenarios españoles, sin la posibilidad de lograr sellar definitivamente su nombre como legítimo contendiente de rivales de primer nivel. El 12 de marzo de 1977 subió por última vez al ring para jugar su última chance por su antiguo cinturon continental. Fue en la ciudad de Amberes y ante el León de Flandes Jean-Pierre Coopman. Urtaín recibio el sexto nocaut de su historial, fracasó en el intento por recobrar sus pasados galardones y comenzó el largo camino de retroceso que finalizó cobrando el precio de su propia vida.
Urtain fue un símbolo trágico de toda una época trágica. Se crió en un mundo de desamparo afectivo y en una época en la que los hombres no se permitían decir te quiero, donde se extirpaba toda flaqueza emotiva y los hombres debían borrarse la fragilidad del amor o la debilidad de los sentimientos.

Vino desde ese ayer de dureza y desamor a cauterizar las heridas de un pueblo sangrante, dolido y resentido, que no le perdonó nunca el éxito y que tenía resuelto menoscabarlo hasta el olvido.
La misma fuerza de desamparo nacional que impulsó su meteórico ascenso durante aquellos gloriosos días de 1968/1970, fue la que lo empujó a los 49 años, en su carrera mortal hacia el vacío, aquella noche calurosa del 22 de julio de 1992 cuando saltó desde el décimo piso de un edificio de la calle madrileña de Fernan Caballero. Su mítico recuerdo enlaza ahora un nódulo donde converge una multitud de sensaciones y pasiones encontradas.


El juguete roto
Aquel final trágico, apurado a instancias de toda la soledad y desolación que abrumaban al ídolo caído en las profundidades de si mismo con el olvido de España, sin siquiera el sostén de la paga de una mísera pensión oficial y con una orden de desalojo por alquiler impago, se ha convertido en el punto de partida para una profunda revisión del fenómeno deportivo y humano, a partir de la producción teatral-cinematográfica del guionista español Juan Cavestany, con la dirección de Andrés Lima y la participación del actor español Roberto Álamo en el rol protagónico, titulada precisamente "Urtaín".


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Juan Cavestany

En el año 2000 empecé a escribir por encargo un guión cinematográfico basado en la vida del boxeador José Manuel Ibar, conocido como el Morrosko de Cestona o más aún como Urtain.

Urtain fue un boxeador tan mediocre como era la España franquista de finales de los años 60 y comienzos de los 70 del pasado siglo. Sin embargo (o tal vez gracias a ello) alcanzó una gran fama y se convirtió en uno de los grandes personajes "mediáticos" de nuestro país. Se quitó la vida saltando desde la terraza de un décimo piso en 1992, cuatro días antes de que España purificara su imagen mundial a través de los Juegos Olímpicos de Barcelona 92.

No existía ninguna biografía de Urtain. Todo lo que respecta a su vida y su carrera estaba desperdigado en las hemerotecas, las videotecas y los recuerdos a menudo contradictorios de quienes le conocieron. Por lo tanto tuve que hacer un intenso trabajo de documentación y entrevistas para elaborar un esquema lo más completo posible de la vida de Urtain, y en ese empeño llegué a convertirme en un experto en el personaje.

Entonces fue cuando me di cuenta de que toda la documentación que había acumulado no me servía. Lo sabía todo sobre Urtain, pero el caso es que al final de sus días, Urtain se había suicidado. Y suicidarse ¿no es una forma de decir al mundo: "no sabéis nada"?

Cuanto más me documentaba, más presente se me hacía la voz de Urtain desde ultratumba diciéndome: "no sabes nada".

Fue por entonces cuando cobró vida la idea de llevar este proyecto al teatro.

La historia de "Urtain" no podía ser meramente la historia de un "juguete roto" que culmina con un salto mortal al vacío. Decidí empezar por el final, conocido por todos, y caminar hacia el origen, envuelto en las tinieblas atávicas de la España profunda. (Proyectos Urtain)


Escena de la obra Escena de la obra Escena de la obra
Escenas de la obra "Urtain" a cargo de la compañia ANIMALARIO

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Desde la dirección
Urtain fue España. España acabó con Urtain. Se suicidó. La idea de Juan Cavestany viene de la posibilidad de hablar de una época de España salida del franquismo hasta el final de su famosa transición marcada por las Olimpiadas de Barcelona 92. Y por otro lado: La historia de un hombre pequeño, peleándose de verdad con el mundo, intentando saber quién es, intentando descubrir: «¿Qué he hecho yo para que todo loque hago sea tan sucio?», como él mismo decía. La metáfora del boxeador y la lucha por la vida es recurrente, pero en nuestro caso, nuestra España, fue real. Urtain fue utilizado como símbolo, como marca. La del toro, la del coñac, la España con dos cojones, la España de raza que tanto gustaba a Franco. ¡Y encima era vasco! Necesitábamos un símbolo que saliera de la pobreza y el catetismo a base de hostias… ¡y lo encontramos! Los políticos y la prensa se ocuparon de auparlo y cuando estaba en lo más alto del trapecio lo dejaron solo y sin red. Finales de los 70, la transición. Cada cual arrima el ascua a su sardina. Urtain ya no interesa. El alcohol, el olvido y la falta de recursos se ocupan del resto. Es paradójico que, mientras el deporte español triunfa en las Olimpiadas de Barcelona 92, Urtain se suicida. Siempre he pensado que todo el deporte, la competición, tiene algo de fascista, y en el caso de Urtain su «raza» tampoco le aseguro la pensión. ANDRÉS LIMA

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Jose Manuel Urtain y Roberto Álamo





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